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Lo habré releído como… siete veces antes de imprimirlo, y todavía saco errores como por un tubo (los naranjas son palabras repetidas).
Esto de la autoedición es mucho como ir a la deriva, soy estupenda encontrando pegas a los trabajos de otros, pero conmigo no tengo ni la más remota idea de qué estoy haciendo. Tengo apuntes, páginas webs, libros para escribir, los diccionarios on-line y aún así estoy más perdida que un pulpo en un garaje.
A veces me dan ganas hasta de mirar editores profesionales, sólo por hacerme a la idea, pero se me quitan en seguida cuando recuerdo la vez que di con unos por casualidad en un blog en internet, en primera página tenían presumiendo una obra publicada y que es de los trabajos profesionales peor escritos que me he echado en cara (con permiso de Meyer). Vamos a ver, no sólo es malo que este trabajo haya sido publicado (y se vendiera, joróbate), encima me estás diciendo que ha pasado por manos de editores profesionales, es decir, gente a la que se le paga dinero de verdad para corregir la escritura.
No voy a dar nombres, para haceros una idea, la protagonista de la historia es como la hija repipi de Ayla, de hecho, la escritura se parece sospechosamente a Jean M. Auel en sus últimas tres novelas sus tiempos más púrpuras y petardos. Mi madre lo dejó a la tercera vez que repitió algo sobre como «la lluvia caía en pequeñas y suaves gotas que no llegaban a mojar su sedosa melena dorada», yo no llegué tan lejos, la moñería y marysuísmo de la prota acabó conmigo antes.
¿Véis?, como criticona no tengo precio.
Básicamente, lo que quiero decir es que aunque puede que mis escritos no vayan a ninguna parte, voy a intentar hacer el mejor trabajo que pueda, sé que no tengo ni idea y que puedo estar perdiendo el tiempo, pero por el momento prefiero no gastar dinero en nada ni nadie que me «ayude», llamadme agarrada.